Chile ha logrado importantes avances en
emprendimiento innovador en los últimos años, prueba de ello es que Santiago
ocupa hoy un lugar privilegiado dentro de las veinte mejores
ciudades de mundo para el nacimiento de nuevos negocios globales. A primera
vista pareciera que alguien ha hecho muy bien el trabajo y que se ha avanzado bastante en la misión de
convertir a Chile en un polo de innovación, pero ¿cuánto de estos resultados
responden a una planificación y cuanto a improvisación?
Hay un antes y un después de Start-Up Chile,
qué duda cabe, estamos ante un excelente ejemplo de innovación que entregó a
Chile un lugar en el mapa mundial del emprendimiento innovador, no precisamente
por sus startups, sino por la novedosa política pública detrás de este programa
ejecutado por CORFO que ofrece a emprendedores extranjeros una Visa de trabajo
y 40 mil dólares para validar un negocio desde Chile. Este programa logró
captar la atención de emprendedores de todo el mundo y como la mayoría de las
buenas ideas las copias no tardaron en llegar: Estados Unidos lanzó su propia
versión, le siguieron Noruega, Brasil, Perú y varios más.
Pero a mérito de la verdad, Start-Up Chile no
estaba en los planes de nadie el año 2010, fue un solitario y visionario
emprendedor el de la idea y quien convenció al entonces ministro de economía, Juan
Andrés Fontaine, de implementar este programa, luego la CORFO se hace cargo de
su ejecución, más de mil proyectos apoyados, prensa especializada y expertos de
todo el mundo destacando la iniciativa y como una “bendita casualidad” pasa a
convertirse en el programa estrella del gobierno de Sebastián Piñera.
Aún con todos los créditos que se merece un
gobierno que decide innovar con un programa de este tipo, surge inevitablemente
la siguiente pregunta: ¿Qué sería de este gobierno sin Start-Up Chile?, o más
importante aún, ¿Qué sería de nuestro ecosistema startup sin este programa? La
respuesta evidencia que, no obstante los buenos resultados, lamentablemente las
políticas de fomento al emprendimiento innovador llevadas a cabo en la última
década no han estado a la altura de los desafíos de Chile. Creo que ya es
tiempo de dejar de improvisar y definir políticas más serias y cambios de fondo
en el apoyo a la generación de las empresas del futuro, aquellas que prometen
cambiarle la cara al país y al mundo.
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